El 24 de octubre se cumplen 50 años del “viernes islandés”. Ese día, el 90 % de las mujeres no fue a trabajar, 25 mil se manifestaron en la capital (la mitad de la población femenina de Reykjavík) y hubo marchas en 20 ciudades. Se cayeron las telecomunicaciones, no hubo escuelas, los hospitales funcionaron con esquemas de emergencia, la industria pesquera se paralizó, los varones llevaron a sus hijos al trabajo o se quedaron en casa para cuidarlos, los programas de radio llamaban a los pueblos rurales para preguntar si las mujeres también participaban en el campo y en todas las casas atendían los hombres y confirmaban.
¿Cómo se organizó? Una pequeña agrupación feminista de izquierda llamada Redstocking (medias rojas) propuso hacer una huelga de mujeres en Islandia durante 1975, el “Año Internacional de la Mujer” declarado por la ONU. Unos meses antes, en junio de 1974, las organizaciones feministas “oficiales” habían conformado un comité para coordinar actividades e invitaron a grupos más chicos como las Redstocking.
La primera respuesta del comité organizador a la huelga de mujeres fue NO, no había condiciones, los reclamos feministas eran minoritarios, pero las Redstocking no se quedaron quietas. En enero de 1975, organizaron con algunos sindicatos una conferencia sobre las condiciones laborales en los trabajos de salario mínimo (casi todos feminizados). La idea de la huelga fue bien recibida entre las trabajadoras y se votó una resolución: “todas las islandesas abandonarán su trabajo por un día para destacar el aporte de las mujeres en la fuerza laboral y en el hogar”. La idea empezó a circular y ganar apoyo a medida que avanzaban los preparativos. En junio, cuando vuelve a reunirse el comité organizador, algunas asociaciones más conservadoras proponen que las mujeres pidan el día por enfermedad para evitar represalias y se llega a un acuerdo. La lucha por la igualdad no empezó ni terminó ese día, hubo muchas discusiones sobre el balance de ese viernes, pero el 24 de octubre de 1975 sería recordado como la huelga de mujeres que paralizó Islandia.
Insistir, incomodar, luchar
Siempre me gustaron las historias de comienzos, las acciones pioneras, las que rompen el hielo y dicen lo que nadie se animaba a decir. A veces esas historias son olvidadas por el frenesí de los movimientos, por el paso del tiempo o porque es más fácil (¿cómodo?) hablar de leyes y ampliación de derechos. También porque algunas mayorías circunstanciales prefieren olvidarlas y así borrar luchas, debates y contradicciones que habilitan avances y conquistas. Moldear la forma en que recordamos es moldear también nuestros movimientos, nuestras luchas, nuestras aspiraciones.
Ser minoría y persistir es un momento valioso. ¿Cómo sería nuestra historia si las feministas que juntaban firmas por el derecho al aborto en la esquina de la confitería El Molino hubieran renunciado porque eran minoría a principio de los años ‘90? Así las recordó la escritora Tununa Mercado: “la comisión es un ejemplo de esa persistencia alerta, que no tiene miedo de incomodar, que no espera dar el salto para argumentar en las situaciones límites, aunque lo dé con decisión. La insistencia es alentadora y la decisión de llegar hasta la conciencia política de este país tan poco feminista” (Historia de una desobediencia de Mabel Bellucci, Capital Intelectual, 2014).
En esta entrevista con María Paz Tibiletti y Marina Mariasch, Myriam Bregman recuerda ese momento, “cuando empezamos a luchar por el aborto eran un grupito en la esquina de El Molino. Nosotras no podemos ser menos. Hay que recuperar esa potencia, ese coraje, esa valentía”. La Comisión, que más tarde fue la Campaña Nacional por el Derecho al Aborto, fue una minoría incómoda el tiempo necesario para que existieran las asambleas en el localcito porteño que alguien prestaba en Entre Ríos y San Juan después del fuego de 2001, la asamblea del Encuentro de Rosario en 2003 y esa primera vez en la que el derecho al aborto llegó a los diarios nacionales. Esa persistencia alerta, que no tuvo miedo de incomodar, mantuvo vivo el reclamo durante años de cajoneos y silencios oficiales y opositores de ocasión. Porque algunas se animaron a ser pocas nosotras fuimos muchas.
Los tiempos actuales son tan frenéticos que muchos pretenden que olvidemos, no solo el comienzo, quieren que nos olvidemos de la potencia del movimiento que en la última década se sacó de encima el miedo, no aceptó bajar la voz, desnaturalizó la violencia y las desigualdades que nos dijeron que eran naturales y exigió para nosotras la libertad más elemental, decidir sobre nuestro cuerpo sin tener que pagar por esa decisión (por eso legal, seguro y gratuito). Ese movimiento que generó réplicas por el mundo, que hizo de la furia fuerza, de la bronca bandera y de la rabia proclama, también despertó la reacción de conservadores, instituciones y poderosos. Reaccionan porque odian lo que construimos con asambleas, deliberación, vigilias, discutiendo ideas y política en la calle, en el trabajo, en la mesa familiar, pero creo que sobre todo odian que nuestro movimiento haya despertado otros, que su declaración fuera que se puede pelear y se puede ganar. Y su peor pesadilla: fue un logro colectivo.
Reaccionan tan fuerte que su reacción supera las fronteras de la derecha y se cuela en otros espacios que nos dijeron (y nos dicen) que son nuestros aliados y hoy nos sugieren bajar la voz. Una de las batallas más grandes de la reacción es que abandonemos la forma de mirar la vida que construimos con nuestras luchas, que no nos conmueva nada fuera de nuestro pequeño mundo. Eso puede traducirse en mirar para otro lado mientras perpetran un genocidio en Gaza (y nuestro país figura entre los que apoyan), en borrar nuestros reclamos y problemas (aunque los femicidios sean una tragedia cotidiana) o en que algunas feministas avalen (con su acción o su silencio) listas con candidatos que votaron que nuestras vidas no valen.
En la entrevista que mencionaba más arriba, Myriam, que encabeza la lista de diputadas y diputados nacionales del Frente de Izquierda en la Ciudad de Buenos Aires, dice también: “Yo creo que hay que subirse al caballo de la furia porque nuestra furia siempre fue la que nos liberó”. En este paisaje político miserable de narcocandidatos y campañas de “mejor no hablar de ciertas cosas” puede sonar arriesgado pero creo que es la propuesta más sensata. Cuando todos quieren que te olvides de lo que fuimos capaces, más importante me parecen esos primeros momentos, no por nostalgia sino como inspiración y un llamado a la acción. Un “si pudimos, podemos”. Parece que no porque hay listas con feministas y dinosaurios y otras con antiguas sororas listas para votarle todo al gobierno, pero las elecciones legislativas también se tratan de nuestras luchas, ideas y valores.
Digo también porque concretamente se eligen legisladoras y legisladores cuyos votos proponen, apoyan, legitiman o ponen freno a los ataques. Más que eslóganes y spots, prefiero el ejercicio de pensar en la próxima votación ajustada y me gustaría que mi voto no termine en un pasillo fumando un cigarrillo mientras deciden que una jubilada viva a mate cocido, en un diputado rancio número 5 en la lista que vote contra la educación sexual integral o el derecho al aborto, atendiendo el llamado del gobernador o cediendo su silla en una comisión por un cálculo político. Al revés, me gustaría que levanten la voz cuando quieran pactar contra la mayoría, que digan lo que nadie dice, que no les moleste incomodar, que estén conmigo en la calle y que hablen de mí en el Congreso. Mi voto por Myriam Bregman y por el Frente de Izquierda es cantado y como no da lo mismo que haya una, dos o cinco bancas de izquierda en el Congreso, ojalá el tuyo también.
Bloquearlo todo
La escritora chilena Lina Meruane se pregunta ¿cómo se define un genocidio y quién lo hace? en Matarlo Todo (Palestina. Anatomía de un genocidio, LOM-Tinta Limón). “No hace falta preguntarle esto a Netanyahu ni a sus ministros ni a sus militares ni a aquellos líderes cómplices que consienten este horror. No hace falta consultar con aquellos jueces en sus cortes bien intencionadas pero tristemente inoperantes. Basta con pedirle un verso a cualquier poeta, una frase a cualquier palestino, una respuesta a cuaqluiera que cuente con un mínimo de humanidad”. El cese al fuego no borra las preguntas, todavía deben ser respondidas.
Desmintiendo las arengas de anacronía, Italia puso en la pantalla de millones de celulares la huelga general, a la clase trabajadora levantando banderas internacionales, “haciendo uso de su ‘posición estratégica’ que impide la circulación de mercancías (incluidas las armas)” junto al movimiento estudiantil y el pueblo en general. Esto lo escribe Juan Dal Maso en Italia se mueve y explica cómo el “Bloqueamos todo” rompe la normalidad “que el sistema impone a la lucha de la clase trabajadora y popular en general” y funciona como contratendencia en una época con marcas de derrota y ofensiva neoliberal.
Parroquiales. Hay un nuevo episodio de Fuera del algoritmo sobre Michael McDowell y Vladimir Maiakovsky. Hablando de Fuera del algoritmo, estuvimos en Tarde pero dialéctico hablando de arte, capitalismo y cultura. Como siempre, podés escuchar y ver el El Círculo Rojo los sábados a las 12 en Radio Con Vos. También podés ser parte de nuestra comunidad (nos ayudás con lo que podés y a cambio hay algunas sorpresas y descuentos). Si querés contarme algo, escribime respondiendo este correo y acá podés leer las entregas anteriores.


