23/10/25

Levantar la voz


El 24 de octubre se cumplen 50 años del “viernes islandés”. Ese día, el 90 % de las mujeres no fue a trabajar, 25 mil se manifestaron en la capital (la mitad de la población femenina de Reykjavík) y hubo marchas en 20 ciudades. Se cayeron las telecomunicaciones, no hubo escuelas, los hospitales funcionaron con esquemas de emergencia, la industria pesquera se paralizó, los varones llevaron a sus hijos al trabajo o se quedaron en casa para cuidarlos, los programas de radio llamaban a los pueblos rurales para preguntar si las mujeres también participaban en el campo y en todas las casas atendían los hombres y confirmaban. 

¿Cómo se organizó? Una pequeña agrupación feminista de izquierda llamada Redstocking (medias rojas) propuso hacer una huelga de mujeres en Islandia durante 1975, el “Año Internacional de la Mujer” declarado por la ONU. Unos meses antes, en junio de 1974, las organizaciones feministas “oficiales” habían conformado un comité para coordinar actividades e invitaron a grupos más chicos como las Redstocking. 

La primera respuesta del comité organizador a la huelga de mujeres fue NO, no había condiciones, los reclamos feministas eran minoritarios, pero las Redstocking no se quedaron quietas. En enero de 1975, organizaron con algunos sindicatos una conferencia sobre las condiciones laborales en los trabajos de salario mínimo (casi todos feminizados). La idea de la huelga fue bien recibida entre las trabajadoras y se votó una resolución: “todas las islandesas abandonarán su trabajo por un día para destacar el aporte de las mujeres en la fuerza laboral y en el hogar”. La idea empezó a circular y ganar apoyo a medida que avanzaban los preparativos. En junio, cuando vuelve a reunirse el comité organizador, algunas asociaciones más conservadoras proponen que las mujeres pidan el día por enfermedad para evitar represalias y se llega a un acuerdo. La lucha por la igualdad no empezó ni terminó ese día, hubo muchas discusiones sobre el balance de ese viernes, pero el 24 de octubre de 1975 sería recordado como la huelga de mujeres que paralizó Islandia. 

Insistir, incomodar, luchar

Siempre me gustaron las historias de comienzos, las acciones pioneras, las que rompen el hielo y dicen lo que nadie se animaba a decir. A veces esas historias son olvidadas por el frenesí de los movimientos, por el paso del tiempo o porque es más fácil (¿cómodo?) hablar de leyes y ampliación de derechos. También porque algunas mayorías circunstanciales prefieren olvidarlas y así borrar luchas, debates y contradicciones que habilitan avances y conquistas. Moldear la forma en que recordamos es moldear también nuestros movimientos, nuestras luchas, nuestras aspiraciones. 

Ser minoría y persistir es un momento valioso. ¿Cómo sería nuestra historia si las feministas que juntaban firmas por el derecho al aborto en la esquina de la confitería El Molino hubieran renunciado porque eran minoría a principio de los años ‘90? Así las recordó la escritora Tununa Mercado: “la comisión es un ejemplo de esa persistencia alerta, que no tiene miedo de incomodar, que no espera dar el salto para argumentar en las situaciones límites, aunque lo dé con decisión. La insistencia es alentadora y la decisión de llegar hasta la conciencia política de este país tan poco feminista” (Historia de una desobediencia de Mabel Bellucci, Capital Intelectual, 2014). 

En esta entrevista con María Paz Tibiletti y Marina Mariasch, Myriam Bregman recuerda ese momento, “cuando empezamos a luchar por el aborto eran un grupito en la esquina de El Molino. Nosotras no podemos ser menos. Hay que recuperar esa potencia, ese coraje, esa valentía”. La Comisión, que más tarde fue la Campaña Nacional por el Derecho al Aborto, fue una minoría incómoda el tiempo necesario para que existieran las asambleas en el localcito porteño que alguien prestaba en Entre Ríos y San Juan después del fuego de 2001, la asamblea del Encuentro de Rosario en 2003 y esa primera vez en la que el derecho al aborto llegó a los diarios nacionales. Esa persistencia alerta, que no tuvo miedo de incomodar, mantuvo vivo el reclamo durante años de cajoneos y silencios oficiales y opositores de ocasión. Porque algunas se animaron a ser pocas nosotras fuimos muchas. 

Los tiempos actuales son tan frenéticos que muchos pretenden que olvidemos, no solo el comienzo, quieren que nos olvidemos de la potencia del movimiento que en la última década se sacó de encima el miedo, no aceptó bajar la voz, desnaturalizó la violencia y las desigualdades que nos dijeron que eran naturales y exigió para nosotras la libertad más elemental, decidir sobre nuestro cuerpo sin tener que pagar por esa decisión (por eso legal, seguro y gratuito). Ese movimiento que generó réplicas por el mundo, que hizo de la furia fuerza, de la bronca bandera y de la rabia proclama, también despertó la reacción de conservadores, instituciones y poderosos. Reaccionan porque odian lo que construimos con asambleas, deliberación, vigilias, discutiendo ideas y política en la calle, en el trabajo, en la mesa familiar, pero creo que sobre todo odian que nuestro movimiento haya despertado otros, que su declaración fuera que se puede pelear y se puede ganar. Y su peor pesadilla: fue un logro colectivo. 

Reaccionan tan fuerte que su reacción supera las fronteras de la derecha y se cuela en otros espacios que nos dijeron (y nos dicen) que son nuestros aliados y hoy nos sugieren bajar la voz. Una de las batallas más grandes de la reacción es que abandonemos la forma de mirar la vida que construimos con nuestras luchas, que no nos conmueva nada fuera de nuestro pequeño mundo. Eso puede traducirse en mirar para otro lado mientras perpetran un genocidio en Gaza (y nuestro país figura entre los que apoyan), en borrar nuestros reclamos y problemas (aunque los femicidios sean una tragedia cotidiana) o en que algunas feministas avalen (con su acción o su silencio) listas con candidatos que votaron que nuestras vidas no valen. 

En la entrevista que mencionaba más arriba, Myriam, que encabeza la lista de diputadas y diputados nacionales del Frente de Izquierda en la Ciudad de Buenos Aires, dice también: “Yo creo que hay que subirse al caballo de la furia porque nuestra furia siempre fue la que nos liberó”. En este paisaje político miserable de narcocandidatos y campañas de “mejor no hablar de ciertas cosas” puede sonar arriesgado pero creo que es la propuesta más sensata. Cuando todos quieren que te olvides de lo que fuimos capaces, más importante me parecen esos primeros momentos, no por nostalgia sino como inspiración y un llamado a la acción. Un “si pudimos, podemos”. Parece que no porque hay listas con feministas y dinosaurios y otras con antiguas sororas listas para votarle todo al gobierno, pero las elecciones legislativas también se tratan de nuestras luchas, ideas y valores

Digo también porque concretamente se eligen legisladoras y legisladores cuyos votos proponen, apoyan, legitiman o ponen freno a los ataques. Más que eslóganes y spots, prefiero el ejercicio de pensar en la próxima votación ajustada y me gustaría que mi voto no termine en un pasillo fumando un cigarrillo mientras deciden que una jubilada viva a mate cocido, en un diputado rancio número 5 en la lista que vote contra la educación sexual integral o el derecho al aborto, atendiendo el llamado del gobernador o cediendo su silla en una comisión por un cálculo político. Al revés, me gustaría que levanten la voz cuando quieran pactar contra la mayoría, que digan lo que nadie dice, que no les moleste incomodar, que estén conmigo en la calle y que hablen de mí en el Congreso. Mi voto por Myriam Bregman y por el Frente de Izquierda es cantado y como no da lo mismo que haya una, dos o cinco bancas de izquierda en el Congreso, ojalá el tuyo también. 

Bloquearlo todo 

La escritora chilena Lina Meruane se pregunta ¿cómo se define un genocidio y quién lo hace? en Matarlo Todo (Palestina. Anatomía de un genocidio, LOM-Tinta Limón). “No hace falta preguntarle esto a Netanyahu ni a sus ministros ni a sus militares ni a aquellos líderes cómplices que consienten este horror. No hace falta consultar con aquellos jueces en sus cortes bien intencionadas pero tristemente inoperantes. Basta con pedirle un verso a cualquier poeta, una frase a cualquier palestino, una respuesta a cuaqluiera que cuente con un mínimo de humanidad”. El cese al fuego no borra las preguntas, todavía deben ser respondidas. 

Desmintiendo las arengas de anacronía, Italia puso en la pantalla de millones de celulares la huelga general, a la clase trabajadora levantando banderas internacionales, “haciendo uso de su ‘posición estratégica’ que impide la circulación de mercancías (incluidas las armas)” junto al movimiento estudiantil y el pueblo en general. Esto lo escribe Juan Dal Maso en Italia se mueve y explica cómo el “Bloqueamos todo” rompe la normalidad “que el sistema impone a la lucha de la clase trabajadora y popular en general” y funciona como contratendencia en una época con marcas de derrota y ofensiva neoliberal. 

Parroquiales. Hay un nuevo episodio de Fuera del algoritmo sobre Michael McDowell y Vladimir Maiakovsky. Hablando de Fuera del algoritmo, estuvimos en Tarde pero dialéctico hablando de arte, capitalismo y cultura. Como siempre, podés escuchar y ver el El Círculo Rojo los sábados a las 12 en Radio Con Vos. También podés ser parte de nuestra comunidad (nos ayudás con lo que podés y a cambio hay algunas sorpresas y descuentos). Si querés contarme algo, escribime respondiendo este correo y acá podés leer las entregas anteriores.  

2/10/25

Escrito en el cuerpo

 


Es imposible no empezar diciendo que están perpetrando un genocidio en Gaza. No hay día que no te lo cruces en las redes sociales, no hay algoritmos capaces de esconderlo. Las banderas palestinas volvieron a la calle en muchas ciudades europeas y hubo protestas en varios lugares del mundo cuando el ejército israelí interceptó a la Flotilla Global Sumud, que intentaba llevar ayuda humanitaria a Gaza. 

El poeta palestino Marwan Makhoul escribió que volver a escuchar a los pájaros era la condición para dejar de hacer poesía política. Plestia Alaqad, una periodista y poeta gazatí también escribe en Los ojos de Gaza. Un diario de resiliencia (Debate, 2025) sobre los pájaros: “Solo en Gaza;/ Te duermes contando cohetes en lugar de estrellas./ Te despiertas -si te despiertas- con el sonido de las bombas y no de los pájaros”. Otro fragmento dice: “Solo en Gaza;/ Se celebran cumpleaños mientras de fondo resuena la guerra”. 

Esa duplicidad me recordó un texto hermoso del cronista John Lee Anderson sobre Afganistán que se llama “Los afganos aman las flores”. Anderson -que conoce bien ese país- cuenta el Afganistán que no es el Talibán o las guerras, habla de un pueblo que no solo es musulmán, es hospitalario, ama la música y ama la naturaleza. También me hizo acordar a la obra de teatro Paz (escrita y dirigida por Antonio Villa, la interpreta Laura Paredes), que sigue a una reportera gráfica que cubre una guerra lejos de su casa y, al mismo tiempo, vemos su guerra interna. En sus dilemas sobre cómo mostrar la guerra, se cruza con el día a día de los territorios ocupados, una especie de cotidianidad absurda pero vital, como festejar un cumpleaños “mientras de fondo resuena la guerra” . Si estás en la ciudad de Buenos Aires y te apurás todavía podés verla en el teatro Verdi (fabuloso y fantasmal) de La Boca. 

Plestia escribe una suerte de diario con poemas y crónicas, pero ella no quiere hablar solamente de la ocupación israelí ni de las bombas. Recuerda a una profesora que le dijo que a “los medios internacionales solo les interesan las noticias sobre Gaza cuando se produce una agresión israelí. Parecería que los ojos y oídos del mundo no están interesados en la vida palestina, solo en su muerte”. Ese es su sueño, contar la vida en Gaza. No lo abandona, ni siquiera después de haber sido desplazada con su familia, aun lejos añora los jilgueros de Gaza y cierra su libro con las palabras “inquebrantable esperanza”. El último capítulo titulado “Fin” consta apenas de una frase: “¿Cómo se supera un genocidio?”. La pregunta, creo, incluye otra dirigida a nosotras, nosotros, nosotres: ¿Cómo vamos a frenarlo?

Autoritarismo y libertad 

La “normalidad” argentina actual incluye al menos un momento en el día dedicado a las deudas y la especulación financiera. Sin importar la escala, nos quita el sueño porque las deudas nos consumen la vida (la tarjeta de crédito, las billeteras virtuales, la deuda externa, todo es deuda). En “Contra el autoritarismo de la libertad financiera” (Tinta Limón, 2025), Verónica Gago y Luci Cavallero indagan sobre la “libertad financiera” y un trabajo que cada vez ocupa más horas, que definen como “trabajo financiero no pago”. En el libro proponen una “doble dimensión” de ese trabajo: “gestionar los pocos y devaluados ingresos y deudas a través de plataformas y aprovechar pequeñas posibilidades ‘especulativas’ para perder un poco menos (pasar dinero de una billetera virtual a otra para aprovechar beneficios)”. Con la pandemia y la imposibilidad de sectores informales de generar ingresos, se consolidan herramientas financieras, se normaliza y se entrena a las personas en la precariedad. Además, señalan las autoras, gestionar el día a día en esa precariedad puede configurar subjetividades que se sienten a salvo de la imagen de “parásitos” aplicada a personas beneficiarias de programas públicos o de “víctimas” de la “promesa salvadora” del Estado. Es interesante pensar cómo empalman esas subjetividades con la construcción de “los argentinos de bien”, el relato moralizador por excelencia de La Libertad Avanza. 

Ninguna tendencia es absoluta pero el entrenamiento y la “privatización” de la gestión de la austeridad dejan marcas en la subjetividad de trabajadores, trabajadoras y sectores populares. Ese “emprendedorismo” de la precariedad se reproduce en un contexto de discursos individualistas e impugnación de lo colectivo. La “libertad financiera”, explican, “refuerza un aspecto moralizador” que no puede subestimarse: “ejerce una penalización contra ciertas formas de vida donde lo comunitario se catalogará como improductivo y todo lo ‘colectivista’ pasa a ser leído como disvalor”. El desprecio a los movimientos de trabajadores y trabajadoras, el movimiento feminista y cualquier movilización o agrupamiento acompaña esa penalización y es argumento de represión estatal, recortes presupuestarios y eliminación de políticas públicas (sobre todo aquellas destinadas a paliar desigualdades, aun de forma insuficiente). 

Este camino no se inicia con Javier Milei y en ese sentido el libro apunta aspectos interesantes sobre tendencias que surgen durante los gobiernos de Mauricio Macri y de Alberto Fernández. A propósito de este último, las autoras proponen una lectura crítica de los mecanismos de inclusión financiera. Al analizar la restricción del refuerzo de ingresos (IFE) en 2022, se encuentran con mecanismos de “moralización, penalización y control” sobre sectores precarios de la población. Las restricciones significaron la suspensión del ingreso a personas que habían realizado compras en moneda extranjera (ya sea juegos infantiles, Netflix o directamente compra de dólares). El acceso a un subsidio condiciona “a las personas usuarias a determinados patrones de conducta y de consumo”. Las autoras proponen revisar el “lenguaje de la inclusión” que “acopla la tenencia de una cuenta bancaria o bien de una billetera virtual con el acceso a derechos”. Me parece una alerta interesante, más cuando algunas de esas políticas se presentaron como inclusión “con perspectiva de género” de un gobierno que priorizó los intereses de las empresas, los ricos y los acreedores de la deuda externa. En ese contexto, la apropiación oficial de ciertos discursos e imágenes feministas encaja bastante bien en el concepto de “neoliberalismo progresista” de la filósofa estadounidense Nancy Fraser, una especie de cobertura progresista para una agenda económica que empeoró la calidad de vida de la mayoría. 

En un sentido opuesto, el gobierno actual coloca al movimiento feminista en el lugar de enmigo a combatir y un culpable perfecto del fracaso del gobierno de Alberto Fernández. Aunque el argumento se filtró a algunos sectores del peronismo, es característico de las narrativas de derecha y ultraderecha actuales que ubican al antifeminismo y la reacción patriarcal en un lugar central. Escenarios como este refuerzan invisibilizaciones, como la de los hogares monomarentales, que combinan prejuicios y desigualdades. Estos hogares están sobrerrepresentados en el endeudamiento familiar, no solamente por la caída de los salarios o la dificultad de generar ingresos sino también por la sobrecarga de trabajo no remunerado (un servicio no disponible por falta de infraestructura o porque no podemos pagarlo se traduce en más horas de trabajo gratuito que casi siempre realizarán una mujer, una adolescente o una niña). 

Las reflexiones sobre el endeudamiento no se limitan a su impacto en la vida cotidiana. En un paisaje de precarización laboral y fragmentación de la clase trabajadora, las deudas y las horas que dedicamos a ese “trabajo financiero no pago” suelen representar un obstáculo para la organización, la construcción de herramientas políticas para transformar la realidad y muchas veces para pensar horizontes más allá de la subsistencia. 

Bibliografía obligatoria

Hablando de hogares monomarentales, se publicó el informe “Hogares monomarentales en Argentina: una mirada estructural” de la Fundación SES y Las que Cuentan. En el informe abordan los cruces entre el trabajo de cuidados y la evasión de las responsabilidades económicas de la crianza. Calculan que las cuotas alimentarias no percibidas equivalen al 2,7 % del PBI argentino. Y si se suma el valor del trabajo de cuidados no remunerado, el porcentaje llega al 18,6 %. 

El triple femicidio de Brenda, Morena y Lara obligó a un aprendizaje acelerado de los nexos que existen entre femicidio y narcotráfico desde el origen de la palabra. En La escritura en el cuerpo de las mujeres asesinadas en Ciudad Juárez. Territorio, soberanía y crímenes de segundo estado (Tinta Limón, 2013), la antropóloga Rita Segato explica cómo se usan “los cuerpos como territorio de inscripción”, las mujeres -dice Segato- “ocupan ese lugar de bastidor”. Sobre los cuerpos se escribe una violencia que no termina con el narcotráfico, “hay una estrategia dirigida a algo mucho más central, una pedagogía de la crueldad en torno a la cual gravita todo el edificio del capitalismo”. 

Parroquiales. Hay un nuevo episodio de Fuera del algoritmo sobre juicios. Películas sobre juicios, libros sobre juicios, series sobre juicios. Hablamos de El pueblo versus O. J. SimpsonHowlArgentina 1985 y Rashomon. El viernes 26 de septiembre hicimos el primer encuentro de la comunidad de El Círculo Rojo (podés escucharnos y vernos los sábados en Radio Con Vos). Fue una primera experiencia pero vamos a repetir para no perder la costumbre de encontrarnos, vernos las caras cuando una persona dice algo, escucharnos y quedarnos con alguna idea que nos gusta (porque nos parece bien o nos hace pensar en otras). Creo que la política también es eso. En nuestra página podés ser parte de nuestra comunidad y colaborar económicamente según tus posibilidades. Como siempre, si querés contarme algo, escribime respondiendo este correo. Si querés leer las entregas anteriores, las encontrás acá. 

11/9/25

La importancia de llamarse Belén

 


La primera vez que fui a una marcha por la libertad de Belén no sabía que ese no era su nombre real. Solo sabía que era una mujer joven de Tucumán que había ido al hospital porque se sentía mal y terminó presa después de un aborto espontáneo. Antes de ser Belén fue una víctima anónima del afán punitivo del Estado, que condena a las mujeres pobres sin acceso a la salud ni a la justicia. 

La noche de 2014 en la que esa chica llega al hospital es la primera escena de Belén. La película, basada en el libro Somos Belén de la abogada y comunicadora Ana Correa, reconstruye la historia de la causa que se peleó en los tribunales pero sobre todo en la calle. En la pantalla, Belén habla poco pero cada silencio y cada gesto de la actriz Camila Pláate te trasladan al hospital Avellaneda, al penal de Santa Ester y a los tribunales de Tucumán. La película, dirigida y protagonizada por Dolores Fonzi y coescrita con Laura Paredes, se estrena el 18 de septiembre en el cine Gaumont de la ciudad de Buenos Aires muy cerca del Día de Acción Global por el Aborto Legal y Seguro. Ojalá vuelvan a juntarse muchos pañuelos verdes

Belén estuvo presa más de dos años. Tuvo que atravesar un juicio lleno de irregularidades, con la carátula de “homicidio doblemente agravado por el vínculo y alevosía”, pruebas recolectadas de forma ilegal y una defensa negligente. Los jueces Dante Ibáñez, Fabián Fradejas y Néstor Macoritto la condenaron a ocho años de prisión. Cuando asumen su defensa Soledad Deza y un grupo de abogadas y organizaciones feministas, Belén abandona la sombra y el silencio y se transforma en una causa colectiva. Marchas, protestas, acciones en plazas, en escuelas, en universidades, en la televisión; Belén se transforma en una lucha compartida y, de a poco, en el nombre de todas. Amanecía la ola feminista de 2015 en Argentina y con esa energía se empezó a escuchar “Si Belén está presa no hay #NiUnaMenos” (sin saberlo, agitaría las aguas antes de la marea por el derecho al aborto legal). “Libertad para Belén” reza todavía algún stencil en la pared de una ciudad, una voz que todavía suena, un susurro que recuerda de lo que somos capaces. Belén fue liberada en 2016 y absuelta en 2017. Cuando abandonó el penal, dejó de ser una sola para ser muchas.

Algo poderoso que se ve en Belén es que su libertad se construyó en la calle. Es un recordatorio de la potencia de la movilización, para no olvidarnos nunca de que la reacción antifeminista es proporcional a la fuerza de nuestra lucha. Esa fuerza no depende de un resultado electoral, nunca se redujo a un ministerio ni a una política pública (aunque las defendamos de los ataques de hoy y los desfinanciamientos de siempre). Somos mucho más que cualquiera de esas cosas, siempre que estemos dispuestas a defender lo que conquistamos y a levantar la voz. 

Cárceles y presas 

Hablando de cárceles, creo que Belén plantea un contraste interesante con las imágenes de la cárcel que se ven en la serie En el barro. En la película, la cárcel es un lugar silencioso, lento y solitario (en todos los sentidos posibles), no pasa nada durante demasiado tiempo. No es un eje de esta historia pero deja abierta la conversación de quiénes miran, quiénes cuentan y qué quieren contar.

Hablando de presasPresas por parir es una serie documental sonora de la Red Federal de Periodistas y Comunicadoras Feministas. En sus episodios se escuchan testimonios de mujeres privadas de su libertad, abogadas y especialistas que reflexionan sobre el entramado de mandatos y discursos que coloca a muchas mujeres en el banquillo de las acusadas. No existen registros ni estadísticas, tampoco es fácil saber cuántas son porque muchas veces se usan carátulas de “homicidio” (como hicieron con Belén). La investigación La criminalización por aborto y otros eventos obstétricos en la Argentina registró 1532 causas por aborto y 37 por eventos obstétricos entre 2012 y 2020. La mayoría de las mujeres criminalizadas son pobres, jóvenes (tienen menos de 30 años) y madres. 

¿Por qué sigue habiendo presas si el aborto ya no está criminalizado? La abogada Natalia Saralegui (una de las autoras del libro Dicen que tuve un bebé, Siglo XXI) explica que “al haber utilizado tipos penales distintos, en las causas que ya están abiertas no opera la extinción de ese delito, sino que hay que pensar estrategias judiciales que permitan la revisión de esas condenas e, incluso, la reparación a esas mujeres que hoy siguen en prisión injustamente”. Rosana Fanjul, de la comisión “Libres las queremos”, dice que cuando entró en vigencia la ley 27.610 de interrupción voluntaria del embarazo, “el Estado tendría que haberse ocupado de revisar esas causas”. “Desde la Campaña le transmitimos (al gobierno nacional entonces -del Frente de Todos) la información recolectada en el informe, pero no se accionó”. Se publicitaron reuniones en ministerios y secretarías pero las causas se mantuvieron y las presas siguieron presas. Las liberaciones (como la de Ana en 2022, en Corrientes) fueron resultado de la acción de abogadas, colectivos feministas y de derechos humanos. Hay una explicación de fondo: la legalización es una conquista importante, atiende un problema de salud pública y de derechos pero no puede por sí sola borrar la criminalización. Aquello que se considera un crimen no se construye solamente en los juzgados y los códigos penales, se alimenta de prejuicios y desigualdades que se reproducen todos los días y no se disuelven cuando se promulga una ley. Por eso, “es ley” es un piso y nunca un techo. 

Bibliografía obligatoria

discutime el silencio en que me ahogo

elegime entre el mundo porque soy un árbol y una imbécil

votame porque soy dulce porque hiero cada minuto de tu corazón [...] 

N O L E D I G O T U N O M B R E

N I A L O S P Á J A R O S 

P O R Q U E T U N O M B R E E S M Í O

Las estrofas de este poema sin título ni fecha exacta están publicadas en Por el camino de Newark y otros poemas (Nebliplateada) de Martha Ferro. La compilación es de Juan Queiroz. Martha fue periodista de policiales, escribió en Crónica y la revista Esto! cuando las mujeres no pasaban ni cerca de esas secciones y las hizo su trinchera contra el gatillo fácil y la violencia institucional. Militante trotskista, “feminista socialista de las cosas concretas” escribe sobre ella Adriana Carrasco. “Queer antes de tiempo” la define María Moreno en la contratapa del libro, karmática, como se “decía lesbiana en el universo Ferro”. Martha nunca estuvo en Newark pero el poeta Allen Ginsberg, a quien admiraba y que motivó su viaje a Estados Unidos, había nacido en esa ciudad y por eso el título. Cuando vuelve de sus años beatnik en Nueva York en 1974 se hace militante: “vuelvo por una sola cosa. REVOLUCIÓN”, escribe en una carta. 

En el libro hay poemas inéditos y otros publicados en Come Out! (la revista del Gay Liberation Front de Nueva York), en Todas (la revista del Partido Socialista de los Trabajadores de la que fue editora) o en El corno emplumado, que publicó por primera vez en castellano a Allen Ginsberg. El corno emplumado lo editaba Margaret Randall, que también llegó a Nueva York alumbrada por Ginsberg y los beat (Tinta Limón editó su biografía hace unos años, Nunca me fui de casa. Poeta, feminista, revolucionaria).