10/7/25

Una niñera filipina

 


 

Cecilie llega a una casa espectacular después del trabajo. Angel prepara la cena; dos preadolescentes juegan videojuegos en el living, una bebé estira los brazos. Llega Ruby, se sientan a cenar todos juntos. Angel y Ruby son filipinas, están en este barrio coqueto de Copenhague (Dinamarca) trabajando como niñeras-cocineras-empleadas domésticas. Cecilie y su vecina son sus empleadoras. Todo va a complicarse. Así empieza Reservatet (Los secretos que ocultamos), una serie de noir nórdico en Netflix.  

“Dinamarca se retrata a menudo como una sociedad muy igualitaria, y nunca he visto hogares como estos representados en televisión. Quizás sea una realidad cuya existencia no queremos reconocer”. Esto lo dice Ingeborg Topsøe, creadora y guionista de Reservatet. Se refiere a los hogares de altos ingresos en las afueras de Copenhague, capital de Dinamarca, un país que rankea alto en igualdad de género. En el puesto número 15 en el mundo, tercero en la Unión Europea, Dinamarca tiene licencias familiares igualitarias, una brecha salarial de género reducida y números elegantemente progresistas de paridad en las mesas donde se toman decisiones políticas y económicas. 

Otra realidad difícil de reconocer es que esa igualdad se apoya en mano de obra barata y migrante (además de negocios globales y empresas coloniales -como se ve Borgen-). En ese contexto funciona el sistema au pair (en francés, a la par), un programa de empleo que en teoría estimula el intercambio cultural mediante la contratación de mujeres jóvenes de otros países para trabajar como niñeras. En la práctica, funciona como una fuente de mano de obra para el trabajo doméstico y de cuidados en países ricos mediante la contratación de migrantes con salarios bajos y visas temporales que terminan realizando muchas otras tareas. Estas condiciones propician abusos de todo tipo, ya que las au pair están solas en el país, viven en la casa de la familia que las emplea y dependen legalmente de ella mientras dure el contrato. 

La palabra au pair pretende recuperar algo de la experiencia de origen -institutrices educadas y de buenas familias que trabajan para otras “en igualdad”- y atenuar el antiguo estigma de servidumbre. Según la página de una agencia de au pair, el sistema se extendió luego de la Segunda Guerra Mundial cuando una gran cantidad de mujeres jóvenes de clase media educada buscaban oportunidades laborales. Desde 1969, el Consejo Europeo adoptó protocolos para estandarizar las reglas. La realidad es un poco más compleja, polarizada entre videos atractivos y hasta tendencias en Tik Tok que funcionan como virtual fuerza reclutadora y denuncias de abuso y explotación. 

Hoy, la mayoría de las au pair provienen de regiones pobres y a menudo existe una especie de reciclaje de viejos lazos coloniales entre el país de origen de las trabajadoras y el de destino. Muchas veces realizan tareas de limpieza y cocina, además del cuidado infantil, como pasa con las trabajadoras filipinas en Dinamarca y Noruega, sus principales destinos. En 1998, la denuncia repetida de abusos llevó a que Filipinas decidiera prohibir el programa, aunque fue una formalidad porque el país siguió siendo una fuente de mano de obra barata para los hogares daneses. Dinamarca continuó extendiendo visas laborales para las au pair y la posibilidad de acceder a un ingreso mucho más alto en el exterior valía los sacrificios y los riesgos a los que someten hasta hoy las filipinas. La prohibición se levantó en 2012 y se firmó un acuerdo que incluía la protección de los derechos de las niñeras. La realidad sigue siendo más compleja, como muestra la serie Reservatet

No pasa solo en Dinamarca. Islandia, considerado el país más igualitario del mundo, también tiene a sus au pair filipinas. Cerca del 10 % de la fuerza de trabajo es migrante y la primera minoría es polaca. Las polacas ocupan los puestos de trabajo menos calificados, concentradas en el procesamiento de alimentos y los cuidados. Una de las joyas islandesas es el sistema público de cuidados y las licencias familiares igualitarias, que facilitan la reinserción laboral de las mujeres cuando son madres. Muchas polacas que llegan al país buscando mejores condiciones de vida ingresan al mercado laboral en el sector de cuidados, ya sea trabajando directamente para profesionales nativas o empleándose en la red estatal. Siempre que leas la “sociedad más igualitaria del mundo” considerá que existen altas probabilidades de que una inmigrante esté cobrando poco por hacer un trabajo indispensable para esa igualdad

El esquema que se ve en las casas de Reservatet es internacional y se apoya sobre el prejuicio patriarcal que coloca a las mujeres a cargo de las tareas del hogar, realizándolas ellas mismas de forma gratuita o pagándole a otra mujer (por eso la mayoría son empleadoras y empleadas). Lo hacen las ejecutivas, las profesionales y empleadas de “cuello blanco” y sectores de la clase trabajadora. La filósofa Nancy Fraser explica que a medida que un sector de mujeres ingresa a puestos más calificados y demandantes delegan su rol en el hogar a otra persona y esa persona casi siempre es una mujer. ¿A quiénes recurren? “A las mujeres inmigrantes, a menudo racializadas, que vienen del otro lado del mundo [o del país], dejando a sus propias familias bajo el cuidado de otras personas, mujeres más pobres, que deben apoyarse a su vez sobre otras que son todavía más pobres que ellas”. Se constituyen así las cadenas globales de cuidado. La socióloga feminista Arlie Hochschild habla de “fuga de cuidados” (care drain en inglés), emulando el concepto fuga cebreros, para referirse al impacto que tiene la migración hacia países ricos para cuidar en las familias y países de origen de las trabajadoras que migran. ¿Quién cuida a los hijos e hijas, padres y madres mayores de las au pair de los barrios ricos de Copenhague? Probablemente otra mujer, a la que le pagarán una fracción de las remesas que envían desde Dinamarca o lo hará de forma gratuita. En ese loop infinito y femenino se encuentra “la fuente de dependencia económica de las mujeres y de su desigualdad social, no solo dentro sino también fuera del ámbito privado”, como escribe Andrea D’Atri en el prólogo de Marx, las mujeres y la reproducción social capitalista de Martha E. Giménez.

La hija, el jardinero y la ingeniera 

Historia natural (Blatt & Ríos) es la nueva novela de Marina Yuszczuk. La autora de La sed reincide en el gótico rioplatense, esta vez en el museo de Ciencias Naturales de La Plata de la mano de Virginia, hija de su fundador Francisco P. Moreno. Ansiosa por la atención de su padre, ignorada por su madre y criada por empleadas y asistentes, Virginia añora una vida vedada para ella. El intento de embalsamar a su perro, la llegada de “los indios” y la relación con Lákax abren la puerta a otros mundos, aunque casi todo sucede en las fronteras del museo. En las búsquedas de Virginia, nos cruzamos con la brutalidad en nombre de la ciencia, la reducción de los pueblos originarios a piezas de museo, objetos sin historia presentados como vagos (quizás su última resistencia a la barbarie civilizatoria de la que Moreno participa). En una entrevista, Marina Yuszczuk habla sobre lo inaccesible de la experiencia de los indígenas que vemos en los retratos, aunque a veces aparece algún destello, en la charla menciona el cuadro La vuelta del malón. Esa imagen me transportó a la obra de teatro Pampa escarlata (Julián Cnochaert) y la relación entre Mildred Barren (una Lucía Adúriz alucinante) y la empleada indígena, que con una sopa misteriosa le abre la puerta de su mundo a esa inglesa que pinta para no morirse de aburrimiento.

El amo del jardín es un documental de Fernando Krapp sobre Yasuo Inomata, un paisajista japonés que en los años 1960 llegó a Argentina y se estableció en Escobar. El Jardín Japonés de Buenos Aires (protagonista de una lucha de poder y negocios en la pequeña comunidad japonesa) y el de Escobar (este sí fiel a la idea de Inomata, que dice que para entender cómo se hace un jardín japonés hay que ir a Japón) son sus trabajos más conocidos aunque no los únicos. Su obra con mayor impacto está en una de las arterias infernales del área metropolitana de Buenos Aires: la avenida General Paz. En los años 1990 fue el encargado de trasplantar 1.100 árboles durante la ampliación de la autopista. Utilizó la técnica milenaria Tarumaki, que consiste en atar un pan de tierra para contener las raíces del árbol y movilizarlo con una grúa a su nuevo lugar (pido disculpas a Inomata por esta definición torpe). Ingeniero agrónomo de profesión, desarrolló el paisajismo con una pasión que lo llevó a recorrer Argentina en búsqueda de las piedras perfectas para los jardines que diseñó. Su mirada sobre los espacios, cómo pensó cada camino, cada trayecto del agua, cada superficie; todo remite al tiempo, no solamente a cuánto duran las cosas sino a qué hacemos con él. Hoy cuando el tiempo está condenado a ser productivo o no ser, detenerse a escuchar a alguien que pensó espacios para estar, disfrutar y contemplar suena a rémora del pasado pero -para mí- tiene que ver con pensar en el futuro. 

Hablando de ingenieros y caminos, Elisa Bachofen fue la primera ingeniera de Argentina, egresada de la Universidad de Buenos Aires, inventora inquieta y primera proyectista de puentes de la Dirección de Puentes y Caminos, hoy Vialidad Nacional. Elisa se graduó como ingeniera en 1918. Eran los años de las pioneras, de las que entraban a las facultades pateando prejuicios como Julieta Lanteri, con quien compartió militancia en la Unión Nacional Feminista. Cuando Bachofen estudiaba ingeniería a la mayoría (masculina) le parecía una ridiculez. ¿A quién se le ocurría que una mujer trazara y diseñara caminos? Me la imagino a Elisa riéndose en voz baja mirando las tuneladoras, subestaciones eléctricas y calles con su nombre. De lo que no se reiría la ingeniera Bachofen es de la destrucción de Vialidad Nacional que planea el gobierno (planea porque no está dicha la última palabra, sus trabajadoras y trabajadores resisten). 

Cierro con dos avisos parroquiales. Escribí un perfil sobre el gigante de fast fashion Shein y el secreto de su éxito en la revista Nueva Sociedad. Hay un nuevo episodio de Fuera de algoritmo, un programa de literatura, series y cine que hacemos con Ariane Díaz en La Izquierda Diario+. En “¿Dios, patria y trabajo?” hablamos de la novela El descontento de Beatriz Serrano y la película Así en el cielo como en la Tierra de José Luis Cuerda. 

 

3/6/25

Décadas ganadas

 


Me adelanté por dos aniversarios redondos. Las fechas son solamente fechas pero permiten mirar hacia atrás y pensar en lo que queda cuando pasa el temblor, cuando se retira la marea. El 28 de mayo la Campaña Nacional por el Derecho al Aborto Legal, Seguro y Gratuito cumplió 20 años, el martes 3 de junio se cumplen 10 años de la primera movilización Ni Una Menos

La filósofa feminista Judith Butler dijo en una conferencia en Argentina en 2019 que le gustaba la figura de la marea más que la de las olas porque “la marea llega, se retira, vuelve y se retira, se encuentra con otra marea y produce una nueva… es dinámica, no son etapas, es una dinámica en curso cuyo futuro no conocemos del todo o no podemos predecir”. 

Un 3 de junio se transformó en el 3J

Chiara Páez tenía 16 años y fue asesinada por su novio, no fue la primera ni la última. Pero esa vez fue distinto; los llamados a la acción fueron como chispas en un campo seco, la periodista Marcela Ojeda hizo un posteo en Twitter: “Actrices, políticas, artistas, empresarias, referentes sociales… mujeres, todas, bah… ¿No vamos a hacer nada? NOS ESTÁN MATANDO”. El 3 de junio de 2015 no se podía caminar en los alrededores del Congreso, no había señal de celular, pero lo más importante era que en cada rincón del país los clubes, las escuelas, los grupos de amigas, de mamás del colegio, todas se organizaron para marchar. Y empezaron a discutir todo: ya no más “crimen pasional”, ya no más “fanática de los boliches”

Sin avisar, Ni Una Menos se transformó en una contraseña popular: Ni Una Menos sin trabajo, Ni una Menos sin vivienda. En 2017, escribimos algo con Andrea D’Atri después de un 8M masivo en todo el mundo: las movilizaciones contra la violencia patriarcal despiertan simpatía y “sirven también como canal de expresión del descontento de millones de trabajadores y estudiantes con las políticas de austeridad, ajuste y precarización de la vida”. Ni Una Menos era de todas y de todos. 

La agenda se ampliaba porque la movilización contra la violencia patriarcal nunca se trató solamente de eso: se trataba de la desigualdad, de las relaciones de poder en el trabajo, del que te toca el culo en el colectivo pero también del acoso de jefes y supervisores, de que los malabares para cuidar los hacen las mujeres pero también de que las empresas las castigan por faltar porque no hay jardines ni centros de cuidado infantil en ningún trabajo. Y así podría seguir hasta el infinito porque casi todos los puntos de esa agenda salen del mismo lugar: del entrelazamiento específico que existe en las sociedades capitalistas entre la opresión de género y la explotación de clase. 

El glitter brilla más 

La marea verde siempre tuvo más fans; brilla, está llena de glitter, sus logros son concretos (aun cuando son tan frágiles que un cambio de gobierno puede ponerlos en jaque como hoy en Argentina, donde el derecho al aborto legal está siendo socavado más por obstáculos económicos que por discursos reaccionarios). Ni Una Menos se enfrenta todo el tiempo al resultado amargo de que no hay menos femicidios ni menos violencia patriarcal; incluso las políticas públicas que de alguna forma tradujeron demandas y reclamos no pueden ser más que paliativos. No hay #esley para terminar con los femicidios (incluso frágil, una ley con presupuesto adecuado puede aspirar a reducir casi a cero los abortos inseguros, en sí mismo es un objetivo relativamente modesto en el siglo XXI, ambiciosas son las posibilidades que abre ganar disputando las calles y las ideas). 

No hay menos femicidios. Según el Observatorio de Femicidios “Adriana Marisel Zambrano” de la organización La Casa del Encuentro, hubo 109 femicidios de enero a mayo de 2025 y hubo un femicidio casi todos los días de 2024. No existen cifras oficiales porque la única política del gobierno nacional fue destruir los programas públicos (ya desfinanciados) que existían. No hace falta aclarar que ninguno de los recortes tienen que ver con el ahorro, es una revancha. Pero las afectadas no son las feministas, son las mujeres en general y las pobres en particular. El desprecio por la vida de las mujeres no desentona con el resto de la agenda de Javier Milei, que desprecia la vida de la mayoría para privilegiar los intereses de los ricos. 

Ese revanchismo es incomprensible sin ponderar la potencia del movimiento que lo precede. Creo que esa sería una evaluación más justa del movimiento que despertó a muchos otros movimientos, que dislocó el sopor del “ya hay igualdad” y vio brotar los lunes negros en Polonia, el Me Too en Estados Unidos, un movimiento masivo en el Estado español, prestó su consigna a las italianas y le dio nueva fuerza a la cuna original mexicana de la idea “Ni Una Menos”.  

Cuerpos, deudas y nombres 

El miércoles 28 pasé por la esquina de Perú y Avenida de Mayo, el lugar donde la Campaña Nacional por el Derecho al Aborto Legal, Seguro y Gratuito hizo una de sus primeras actividades hace 20 años. El verde ya no está de moda pero lo que representa sigue siendo vital y urgente, y recordar esa fecha es de alguna forma un tributo a las pioneras y a nuestra propia lucha que nunca empieza cuando nosotras llegamos. 

Lo que sí está de moda hoy es burlarse de nuestra lucha. Es lo que hicieron los funcionarios cuando presentaron su plan para que los ricos blanqueen dólares (“tus dólares, tu decisión”). No espero nada del vocero presidencial, menos que sepa que “mi cuerpo, mi decisión” es una consigna liberal característica del movimiento estadounidense (cuya conquista fue un fallo de la Corte Suprema -revertido en 2022- que impedía al Estado interponerse en la decisión individual de una mujer sobre su cuerpo). Menos espero que sepan que hasta los años 1980 republicanos como Ronald Reagan fueron defensores de “mi cuerpo, mi decisión” o que Margaret Thatcher votó a favor de despenalizar el aborto ¡hasta la semana 28! cuando era legisladora en el Reino Unido. 

La consigna tiene todo para triunfar: toma una parte de nuestra lucha (el derecho a decidir es elemental) que se puede despojar de cualquier crítica al capitalismo y hacerla encastrar en el individualismo neoliberal, que no moleste y, mejor todavía, que se pueda vender. Creo que la feminista bell hooks explica bien cómo funciona: “en una cultura de dominación, todas nuestras luchas políticas corren el riesgo de ser mercantilizadas de forma tal que vuelve difusa su intención radical” (Artists and Identity). Hay mil debates, no por nada esta newsletter se llama No somos una hermandad. 

Creo que nuestro movimiento lleva la igualdad como marca de nacimiento en un consigna que piensa en todas y no solamente en las que pueden pagar su decisión, la consigna de la Comisión por el Derecho al Aborto, que después hizo suya la Campaña: “Anticonceptivos para no abortar, aborto legal para no morir”. Por la persistencia de ese reclamo, en Argentina el derecho al aborto es legal, seguro y gratuito. 

Judith Butler dice (en la misma conferencia) que antes del “yo soy, yo elijo, yo decido” hay un momento colectivo, “lo hago porque otras personas eligieron hacerlo también o porque construyeron un movimiento social que cambió la idea del género, cambió la idea de la ley, de la intervención médica. Hubo intervenciones de carácter social e institucional que le permiten a un individuo decir ‘yo quiero esto’. En algún sentido, es el último momento del proceso político, ‘quiero esto, insisto en el derecho al aborto, en el cambio de género’, el individuo es importante pero se hace posible por estas vastas interrelaciones que surgen de luchas previas”.  

Y dice esto que me encanta: “pertenecemos los unos a los otros de formas que no siempre sabemos, tenemos deudas los unos con los otros, no financieras sino emocionales, de solidaridad, con las personas que estuvieron antes que nosotras, de quienes no sabemos ni su nombre”. Yo soy porque otras fueron, elijo porque otras construyeron y los aniversarios también sirven para pagar esas “deudas” de las que habla Butler, empezando por seguir peleando para que el derecho a decidir sea para todas las mujeres y personas con capacidad de gestar. 

Para mí uno de esos nombres es Dora Coledesky y las que iban a las reuniones de la Comisión por el Derecho al Aborto en el localcito de Entre Ríos y San Juan después de diciembre de 2001. Las que un día aparecieron en la textil Brukman, ocupada por sus trabajadoras (había varones pero decían nosotras) y dijeron que la lucha de las feministas era la misma que la lucha de las obreras que defendían su fábrica. Tenían sus consignas, sus colores, sus canciones y en esos veranos calientes nos hicimos las unas de las otras con feministas, militantes de izquierda, estudiantes, trabajadoras, asambleístas. A veces discutiendo todo, a veces inventando canciones y riéndonos de lo mismo. 

En el Encuentro Nacional de Rosario de 2003 se hizo la primera Asamblea por el Derecho al Aborto y al día siguiente salió en la tapa de un diario una bandera que decía DERECHO AL ABORTO LIBRE Y GRATUITO. Esa bandera la pintamos en un local del Partido de Trabajadores Socialistas en Once y como las fotos no son de gran calidad no se ve el parche que tenía. Nos habíamos olvidado el “por el derecho a”, que sí o sí tenía que estar para dar batalla lo más preparadas posible, para responder ataques y para convencer. Eso, palabras más palabras menos, nos dijo Andrea D’Atri, que hoy es diputada de la Ciudad de Buenos Aires por el Frente de Izquierda Unidad. La terminamos muy tarde y no calculamos bien el peso pero el movimiento que iba a nacer necesitaba su insignia y la hicimos. Al regreso de ese Encuentro fundamos Pan y Rosas, en el centro cultural Rosa Luxemburgo frente a la textil Brukman.   

Por eso me gustan los aniversarios. Son días para pagar esas deudas y hoy también puede ser una oportunidad para que Ni Una Menos vuelva a ser esa contraseña popular para unir a todas las que luchan, todos lo que luchan en las calles, en las plazas, los hospitales, las universidades, las oficinas públicas, los talleres y las fábricas.


22/5/25

¿Segundo Francia?

 


 

Con la resaca de unas elecciones porteñas marcadas por la apatía y un triunfo frugal para el gobierno nacional, el presidente Javier Milei decidió volver a hablar de la caída de la tasa de natalidad. Fue tan genérica y obvia la utilización que me limitaré a recomendarte la entrega anterior, en la que escribí sobre la obsesión natalista de las derechas y una columna en nuestro programa El Círculo Rojo sobre la propuesta del “cheque bebé” en Estados Unidos.

Solo me detengo en un pasaje del discurso del presidente en la Cámara de Comercio de los Estados Unidos en Argentina (AmCham): “el miedo es que el mundo se quede sin gente. Lo hubieran pensado antes, nos hubiéramos ahorrado bastantes asesinatos en el vientre de las madres”. Me interesa por las palabras que eligió y porque es un defensor incondicional del genocidio que perpetra el Estado de Israel en Gaza. La organización no gubernamental Euro-Med Human Rights Monitor informó que las cifras oficiales confirman el asesinato de 12.400 mujeres palestinas, entre ellas 7.920 madres desde que comenzó el ataque de Israel. El peligro no se limita a los bombardeos, “60.000 mujeres embarazadas viven en pésimas condiciones por malnutrición, hambre y acceso inadecuado a la salud”. Además, 14.000 bebés están en peligro solamente por el bloqueo de la ayuda humanitaria. Ningún vocero de la obsesión natalista advertirá esta amenaza demográfica concreta porque no les interesa la vida, les interesan algunas vidas de algunas personas de algunos países.

Aprovecho esta repetición perezosa de agenda para hacer un paréntesis de cine, lucha de clases y poesía. 

Mi mayo francés

La primera escena de Si tocan a uno de nosotros muestra a Christian haciendo cuentas con una calculadora, hablan de descuentos, de fondo de huelga, de lo que dijo el juez. Me gusta cuando las películas empiezan de repente, cuando te tiran en el medio de la acción. La cineasta francesa Carol Sibony hizo un documental sobre la lucha de las trabajadoras y los trabajadores de la mega empresa agroindustrial InVivo. Después de una huelga en la planta Neuhauser de Folschviller, donde producen panificados para supermercados, los empresarios tuvieron que aceptar la reinstalación del delegado y representante sindical Christian Porta. Christian es militante de izquierda (miembro de Révolution Permanente), es de esa gente que sonríe con los ojos, que ya sabés que no le va a dar vergüenza hablar en la asamblea y en el documental lo ves multifacético en el piquete, en el micro yendo al juzgado, en el sindicato hablando con el trabajador al que se le venció el permiso de residencia, recordando cuando la empresa quiso tirar kilos y kilos de comida en la pandemia y ellos no lo permitieron, hablando de política con sus compañeros, con su mamá, hablando de una campaña de solidaridad con las trabajadoras de Túnez y explicando por qué es importante el internacionalismo.  

Mi top 3 de momentos favoritos. El primero es cuando Christian está hablando con su mamá y le dice que se acuerda de cuando volvía de la fábrica de chocolate con los dedos vendados y ella le dice “es que la fábrica es una mierda”, “vos sos rebelde y revoltoso como tu papá” y él le dice que en realidad se inspiró en ella. El segundo, cuando Julie recuerda que durante la primera huelga se hizo una marcha en la ciudad: “me acuerdo todavía porque pasamos frente a mi antiguo trabajo y vi a mi antigua patrona que estaba adelante, mirando todo”. Le preguntan: “¿qué sentiste mientras marchabas con tus compañeros viendo a tu antigua patrona?”. Ella dice: “sentí orgullo, un orgullo total. La pequeña Julie, la de antes, que se dejaba pisotear, maltratar, ya no existe más”; me parece un resumen perfecto del poder de transformación que tiene la acción colectiva sobre los individuos. El tercero, cuando los jueces ordenan la reinstalación de Christian y va a la planta con la carta documento, los jefes están haciendo un cordón con caras desafiantes pero en el fondo se les ve el miedo, no por la medida judicial, sino porque en todo ese tiempo los trabajadores y las trabajadoras se dieron cuenta de que la fábrica sin ellos y ellas no es nada. 

No cuento más porque el 31 de mayo vas a poder verla en La Izquierda Diario+. Si podés, hacete un rato y mirala porque a veces parece que la precarización, la fragmentación de la clase trabajadora o el avance de la derecha en gobiernos locales o nacionales son obstáculos infranqueables y momentos estáticos o inmodificables. La película lo desmiente y, al contrario, confirma que se puede pelear incluso cuando dividen tus filas, cuando parece que no sirve hacer huelga porque la mitad es precaria y la otra es pobre, cuando trabajamos tanto que parece que no hay energía para hacer otra cosa, se puede pelear incluso cuando te mirás de reojo con la persona de al lado en el trabajo porque votó un partido que dice que el problema sos vos porque sos mujer o el de más allá porque nació en otro país. Se puede pelear y se puede ganar (y eso permite pensar nuevas batallas). 

En realidad, lo primero que ves cuando empieza Si tocan a uno de nosotros es un fragmento del poema “Citröen” de Jacques Prévert : 

Pero aquellos que durante mucho tiempo fueron rapados como caniches

Aún conservan sus mandíbulas de lobos

Para morder, para defenderse, para atacar, 

Para hacer la huelga… 

La huelga…

¡Viva la huelga! 

Cuentan que en 1933, Prévert se entera de la huelga en la fábrica automotriz de Citröen y a la tarde publica el poema. Lo pinta de cuerpo entero, Prévert les escribe a los suyos

“…El sol brilla para todo el mundo, pero no brilla en las prisiones, no brilla para los que trabajan en la mina, los que descaman el pescado.

Los que comen carne podrida.

Los que fabrican horquillas para el pelo.

Los que soplan las botellas que otros beberán.

Los que pasan las vacaciones en las fábricas.

Los que ordeñan la vaca y no beben la leche.

Los que no son anestesiados en la consulta del dentista.

Los que fabrican en sótanos las estilográficas con las que otros escribirán al aire libre que todo va de mil maravillas…”

Prévert es poeta para ellos. En los años 1930 escribe teatro para el grupo Octubre, asociado al Partido Comunista Francés, aunque a él lo señalan como inconformista, trotskista, anarquista. Escribe poesía y teatro, escribe cine, bajo la ocupación nazi se va al sur y escribe el guión de Los niños del Paraíso (1945), una de sus colaboraciones con Marcel Carné. Prévert siempre va a escribir contra el poder, se va a reír de los políticos y los empresarios, se va a burlar de los burgueses. Va a escribir para recordarles a los caniches que fueron lobos y que todavía muerden. 

La paz y los libros 

Paz es una obra-instalación de Antonio Villa que estuvo hasta hace unos días en el teatro José Verdi de La Boca. Cuenta la historia de una cronista de guerra y su retrato de los grandes conflictos y los pequeños de la población que debe seguir viviendo en medio del caos bélico y el propio. Laura Paredes interpreta a la cronista que vive en guerra incluso al volver a casa y cuando conversamos con ella en El Círculo Rojo contó que la idea es retomar Paz más adelante (mientras tanto, podés verla como Hortensia Caridad Morales en Parlamento o Celine en Las cautivas). 

Sigo con el rinconcito autorreferencial y aviso que estrenamos nuevo episodio de Fuera de algoritmo, un programa de literatura, series y cine que hacemos con Ariane Díaz. Hicimos un especial de libros: películas sobre libros, libros sobre libros, libros reales y no tanto, autores y autoras, consagrados y anónimas, librerías y clubes de lectura. Hablamos de American Fiction, La Rue d’ Odéon, El club de lectura de Jane Austen y Vacío perfecto.